martes, 20 de febrero de 2007

El disque-secuestro desde las cárceles


La violencia en Brasil
1a Parte:
La vergonzosa lista de crímenes que sólo ocurren en Brasil (donde están registradas, entre otras creaciones autóctonas, el arrastre de un niño por las calles cariocas y el secuestro relámpago), ahora incluye un nuevo ítem: el disque-secuestro. La modalidad – en la que los presidiarios provistos de celulares extorsionan a personas de buena fe convenciéndolas de que tienen en su poder a sus hijos o cónyuges- se ha esparcido por el país en los últimos meses. Es una prueba –dicen los expertos en seguridad ciudadana- de la ineptitud del Estado brasileño, que no consigue frenar los crímenes e ilegalidades flagrantes ni en sus propias dependencias. En 2006, sólo en las ciudades de São Paulo, Río, Belo Horizonte, Porto Alegre e Brasilia, casi 10.000 personas declararon a la policía haber sido víctimas de esta modalidad delictiva. Tomando en cuenta que los números de casos son hasta cuatro veces mayores que los notificados, se puede afirmar que el disque-secuestro alcanzó niveles epidémicos.
El disque-secuestro tuvo su origen en la Penitenciaría Carlos Tinoco da Fonseca, en Campos, Estado de Río de Janeiro. En su versión primitiva, los presos convencían a las víctimas de que ellas habían sido sorteadas en promociones de empresas. Para recibir los supuestos premios, como regalos de televisores y DVD’s , ellas deberían comprar tarjetas telefónicas de celulares prepagas y pasar los códigos a sus interlocutores. Por entonces, el objetivo de los reclusos era apenas mantener los celulares en actividad para que pudiesen continuar comunicándose con familiares y parientes o para administrar eventuales “negocios” fuera de la cárcel. La Coordinadora de Inteligencia del Sistema penitenciario (Cispen) de Río de Janeiro, averiguó que, en menos de seis meses, la banda de Carlos Tinoco perjudicó a más de 1.500 habitantes de las regiones sur y sudeste del país. Hoy, más de 90 % de las llamadas de disque-secuestro continúan partiendo del interior de los presidios- la mayor parte de ellos localizados en Río de Janeiro.


Para conseguir los números de las víctimas, los presos se valen de listas telefónicas, agendas de teléfonos celulares robados y números anotados en el reverso de cheques igualmente sustraídos. Además de Carlos Tinoco, las cárceles más activas son el complejo de Bangú y el presidio Evaristo de Moraes. De ellos emana gran parte de los golpes aplicados en el país. Actualmente, son tres las modalidades de disque-secuestro en funcionamiento:





  • Un bandido se hace pasar por bombero o policía de rodoviarios (terminales de buses). Después de “informar” a la víctima sobre la ocurrencia de un supuesto accidente, insinúa que una de las personas “gravemente lesionadas” puede ser su pariente. El sujeto aprovecha el nerviosismo de su interlocutor para extraerle informaciones como nombre y características de un hijo o cónyuge que está en la calle a esa hora. En ese momento, el bombero o policía se transforma en secuestrador y pasa a amenazar a la víctima.


  • Al atender el teléfono, normalmente de madrugada, la víctima oye una voz llorosa pidiendo socorro. “Mamá” o “Papá”, dice la voz, “ellos me pegaron”. En general, la persona, en un intento de certificar si es su hijo (o hija) que está hablando, termina revelando su nombre. Inmediatamente, el bandido entra en la línea y anuncia el secuestro.


  • El bandido señala que fue contratado por un enemigo de la víctima para secuestrarla y matarla. En seguida, dice que, mediante el pago de una determinada cantidad de dinero, puede contarle quién es el mandante del crimen y desistir de cometerlo.


  • Aunque los guiones inventados por los bandidos pueden parecer poco creíbles, un sorprende número de personas termina engañados por ellos. Un estudio hecho por el Departamento de Investigaciones sobre el Crimen Organizado (Deic), en conjunto con la Coordinadora de Análisis y Planeamiento de la Secretaría de Seguridad Pública de São Paulo, muestra que el 20,5 % de las víctimas abordadas por los delincuentes acreditan la historia de los bandidos y pagan el “rescate”. La capacidad de manipulación de los malhechores es tan grande que, recientemente, la policía recibió quejas de familias enteras que se hospedaban en hoteles por imposición de los bandidos”, dice Youseff Abou Chahin, director del Deic. Después de anunciar el falso secuestro de un pariente, los bandidos ordenaron que los familiares se dirigieran a un hotel bajo el argumento de que precisaban certificar de que nadie entrara en contacto con los policías. En el hotel, a la familia se le instruyó usar solo el aparato telefónico del cuarto. Sólo entonces los bandidos dieron inicio a la negociación de rescate del pariente supuestamente secuestrado. Hace pocas semanas, policías de São Paulo recibieron la noticia de que un colega de la Policía Civil, pagaría 15.000 reales a una cuadrilla de disque-secuestro. El policía no sólo conocía este tipo de delitos, sino que había ayudado a amigos que fueron víctimas de él. Aún así, sucumbió.


Hay dos explicaciones para el hecho de que personas con experiencia y bien informadas caen víctimas de este tipo de delitos. La primera es que, por menos plausible que parezca la conversación de los bandidos, para un enorme segmento de brasileños está lejos de aparecer como ficción. Los secuestros –relámpagos o de cautiverio- representan, para los habitantes de las grandes ciudades, una pesadilla real. Aunque el número de casos de este género ha caído un 60 % en São Paulo y 70 % en Río desde 2002, el crimen continúa cobrando víctimas. En la capital paulista, el año pasado, 1.148 personas fueron víctimas de secuestros tipo relámpago y 62 fueron forzadas a cautiverio. El miércoles 14, la policía desmontó una cuadrilla de diez secuestradores que actuaban en el interior del estado. En diciembre del año pasado, el grupo secuestró a un empresario del ramo de artículos para escritorio. Secuestrado en un chacra en Caucalis do Alto (a 50 kilómetros de São Paulo), él permaneció seis días en poder de la banda y fue liberado después del pago de un rescate. La policía cree que ese fue el tercer secuestro de la pandilla. Una de sus integrantes era la profesora Miriam José Gomes, de 38 años. Hasta 2004, ella daba clases a niños en una escuela pública en Cotia.

Otra explicación tiene origen en la tortura psicológica aplicada por los bandidos. Estos aseguran a las víctimas que tienen en su poder a sus hijos o cónyuges. “Son las personas con las que tenemos lazos afectivos más profundos”, dice el psiquiatra Eduardo Ferreira-Santos, del Instituto de Psiquiatria del Hospital de Clinicas y Coordinador del Grupo Operativo de Rescate de Integridad Psíquica (Gorip). “La posibilidad de perderlos hace que las personas entren en lo que, científicamente, llamamos estrechamiento del campo de conciencia”, afirma. El estado de desorganización mental que sigue a una noticia de accidente o secuestro del hijo o cónyuge, dice el siquiatra, determina que la víctima entre en un estado de “casi sinopsis”.
El semanario de actualidad Veja tuvo acceso a las intercepciones telefónicas, hechas por la policía de Río entre noviembre de 2006 y enero de 2007, de las conversaciones entre un miembro de la cuadrilla de falsos secuestradores y sus víctimas. En uno de los diálogos grabados, se oye una voz, evidentemente masculina, diciendo entre sollozos: “mamá, fui asaltada”. Una mujer que atiende –tal vez por tener una hija, y no un hijo- ignora el hecho de que la voz sea de hombre y pregunta: “¿fue asaltada?”. Luego, dice el nombre de la hija, que es todo lo que el bandido del otro lado de la línea quería saber. “Casi todas las informaciones que esos criminales usan para intimidar a las víctimas fueron proporcionadas por ellas mismas”, afirma el delegado Wagner Giudice, director de la División Anti-Secuestro de la Policía Civil de São Paulo.



El empresario A.F., quien cayó en un golpe el pasado martes 13 de este mes, confirma la tesis del delegado: “quedé tan nervioso que terminé revelando al bandido no sólo el nombre de mi hija, sino también la dirección de mi casa, todos los números de mis teléfonos y el modelo de mis autos”, dice.
El psiquiatra Paulo Agarate, profesor de psicología forense del Complejo Jurídico Damásio de Jesús, detalla una lista de otros trucos usados por los autores de los disque-secuestro. “Ellos hablan rápido para confundir a las víctimas, se comunican de madrugada, cuando las personas están con la capacidad de discernimiento alterada, y hablan en tercera persona del plural, de manera de mostrar que no están actuando solos”.
Más persuasivo que los trucos de los bandidos, sin embargo, afirma el psiquiatra Ferreira-Santos, es el ambiente de violencia en que viven los brasileños que habitan en las grandes ciudades. Se han convertido en cotidianos asaltos con signos de barbarie como el asesinato del niño João Hélio, arrastrado hasta la muerte por bandidos, y de Vinícius de Oliveira, quemado vivo con sus padres en el interior de un auto. El miedo permanente se ha tornado un componente de la vida de las personas. “El clima de inseguridad es tan grande que quedamos esperando que llegue nuestra hora o la de nuestros parientes, de ser secuestrados o asaltados. Cuando recibimos uno de esos llamados telefónicos, pocos de nosotros reaccionamos racionalmente. Sólo pensamos: que termine pronto”. Es el Brasil de rodillas ante el crimen.

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