martes, 20 de febrero de 2007

Sin límites para la barbarie


2a Parte de Violencia en Brasil
El miércoles 7 de febrero, la dueña de casa carioca Rosa Vieites se preparaba para cerrar un día como tantos otros. Poco después de las nueve de la noche, dejó el centro espiritual que acostumbra frecuentar en Bento Ribeiro, en la zona norte de Río de Janeiro, y subió al auto con sus dos hijos, Aline, de 13 años, y Joao Hélio, de 6, además de una amiga. Luego la familia tenía previsto reunirse en casa. Hélcio, el jefe de hogar, pasó la tarde supervisando reformas en la nueva propiedad que la familia acababa e iría a encontrarlas para comer. Pocas cuadras más adelante, al parar en una señal de tránsito, el auto fue abordado por dos bandidos armados, que les ordenaron descender. Comenzó, entonces, el peor drama que una madre puede vivir, y una trágica historia que cortó la respiración de todos los brasileños. Rosa, Aline y la cuarta pasajera, que viajaba en el asiento del copiloto, salieron del auto. Pero el pequeño João, que estaba sentado atrás y usaba cinturón de seguridad, demoró un poco. La madre abrió la puerta trasera e intentó ayudarlo. No tuvo tiempo. Los bandidos entraron en el auto y partieron a alta velocidad llevando al niño colgando, aprisionado por el cinturón a la altura del estómago. Rosa gritó y salió corriendo detrás del vehículo, pero sólo vio a su hijo alejarse arrastrado por el suelo.

Lo que pasó después fue una escena difícil de imaginar, incluso en los peores filmes de terror, además que ningún guionista se ha atrevido a escribir una escena como aquella. João Hélio fue arrastrado por 7 kilómetros a través de calles de gran circulación de cuatro barrios de la región. Un motociclista que venía atrás, quien pensó que se trataba de un accidente, intentó alcanzar el vehículo para alertar que había un niño colgando, muy cercano a la rueda. “En la primera curva, la cabeza golpeó la protección de la calzada, y la sangre salpicó mi ropa. Comencé a gritar y a tocar la bocina, pero observé que el pequeño ya estaba muerto. Cuando alcancé el auto, uno de los ocupantes me apuntó a la cara con un arma y me conminó a alejarme”, dice el testigo.

Personas que presenciaron la escena también se desesperaron, especialmente al ver que los bandidos hacían zigzag con el auto, intentando liberarse del cuerpo del pequeño. En algunas de las trece calles por las cuales João fue arrastrado, todavía era posible ver rastros de sangre y masa encefálica por el suelo al día siguiente. Los bandidos recorrieron la ruta unos diez minutos y después abandonaron el vehículo en una calle desierta. El niño, todavía atado al cinturón, no tenía más la cabeza, los ojos ni los dedos de las manos. “Estoy acostumbrado a ver escenas violentas. Pero ésta fue una cosa bárbara, no tuve coraje de sacar el plástico para ver la criatura”, confesó el delegado Hércules do Nascimento, responsable del esclarecimiento del caso. El secretario de seguridad de Río, José Mariano Beltrame, y el comandante general de la Policía Militar, coronel Ubiratan Guedes, no contuvieron las lágrimas en el entierro del niño. Un habitante que reconoció a los bandidos cuenta que uno de ellos salió del auto, vio el cuerpo, se apoderó de los objetos de valor dentro del vehículo y desapareció con un cómplice por un callejón oscuro. Ellos no querían el auto, únicamente las pertenencias de la familia, lo que confirma el alarmante nivel de canalización de la violencia en los grandes centros urbanos de Brasil.

João cumpliría 7 años en marzo, cursaba primero año primario en un colegio particular, era partidario del Botafogo y estaba feliz porque iba a tener un cuarto nuevo, pintado de verde. Alegre y muy inquieto, asistía a clases de natación y fútbol. Todos los días Rosa lo llevaba en auto a la escuela y lo iba a buscar. En homenaje a la madre, João hizo un dibujo que quedó fijado en el mural de la sala y decía: “me gusta ella”. El apego a la hermana, de 13 años, también era grande. En el día del funeral, Aline se desesperó al ver al pequeño en el ataúd. “Yo quiero de vuelta a mi bebé. Quiero a mi hermano de regreso, quiero oír su vocecita de nuevo”, gritaba.

Al día siguiente del crimen, la policía presentó a los responsables de la tragedia que destruyó una familia de clase media carioca. Diego y E. menor de edad, sin antecedentes criminales. Según testimonios, ya era el quinto auto que la dupla abandonaba en el mismo lugar. Con sangre fría, los dos confesaron el asesinato y contaron detalles del crimen, que puede haber tenido la participación de otros dos bandidos. Los padres de E., que tienen otros cuatro hijos, comparecieron en la delegación de policía. El padre no daba crédito a que su hijo pudiese ser uno de los bandidos. A las diez de la noche, minutos después del robo, los dos estaban en su casa, donde comieron sin demostrar ninguna alteración. “Él no precisaba de eso. Estaba estudiando y ganaba dinero lavando autos”, afirma. “Yo sabía que mi hijo andaba con malas compañías, pero nunca imaginé que pudiese hacer una cosa de esas”.

El semanario de actualidad Veja sostuvo que el crimen en Brasil precisa ser enfrentado como una combinación de presiones psicológicas, sociales, urbanas y familiares que está generando pavor paralizante en el país.

Es vital escapar de la parálisis

Se pueden debatir las fuerzas de la naturaleza cuando se asiste a la proximidad de un tsunami. Pero eso es inútil, peligroso e irracional. Es preciso reaccionar, hacer alguna cosa que ponga fin a los efectos destructivos de la acción de los criminales. Dice el sociólogo Cláudio Beato: “nadie piensa resolver los problemas emergentes de la salud, una epidemia por ejemplo, invirtiendo en educación. La seguridad pública también requiere medidas específicas y urgentes”.

Entre éstas figuran:

· Limitar el horario de funcionamiento de los bares. Una investigación hecha en 2002 por la prefectura de Diadema, una de las ciudades más violentas del Gran São Paulo, demostró que el 60 por ciento de los homicidios del municipio acontecían a 100 metros de un bar. Al fijar a las 23 horas el horario límite de funcionamiento de los bares, la ciudad consiguió, en cinco años, reducir en 68 % su tasa de homicidios;
· Disminuir los beneficios a los presos, entre ellos la reducción del cumplimiento de la pena de régimen cerrado, por medio de la progresión. “Hoy, hasta los autores de crímenes abominables son beneficiados con el pase de un régimen cerrado a uno semi abierto después de cumplir sólo un sexto de la pena”, dice el promotor de Justicia de Ejecuciones Criminales de São Paulo, Marcos Barreto;
· Suspender el beneficio de los indultos (de Navidad, Día de las Madres, etc.) para criminales reincidentes o condenados por crímenes violentos. El cientista social y profesor de la Universidad de Brasilia, Antonio Testa, advierte la frecuencia con que los indultos son concedidos hoy; además de aumentar el riesgo al que la población está expuesta, obliga al Estado a disponer de más policías en la calle y genera desvío de funciones;
· Suspender el límite para la internación de adolescentes infractores en centros de rehabilitación. En la actualidad, ellos sólo pueden quedar internados hasta los 18 años. “Sólo deberían poder dejar los centros aquellos adolescentes que estuviesen realmente resocializados. Y eso podría durar tres, cuatro o diez años”, afirma Testa;
· Crear una red multidisciplinaria de asistencia para jóvenes que comienzan a desenvolverse en la criminalidad, practicando pequeños actos de vandalismo o participando en peleas callejeras. “Ningún joven se convierte en asesino de la noche a la mañana”, afirma el sociólogo Cláudio Beato. “Una red de profesores, psicólogos y asistentes sociales entrenados puede actuar en las escuelas y comunidades, dando apoyo y orientando al joven todavía en esa etapa del desarrollo”, dice;
· Priorizar un sistema policial comunitario. “Una policía comunitaria gana la confianza de los habitantes, está mejor informada sobre la criminalidad en el barrio y, por lo tanto, consigue reaccionar con más eficacia”, afirma el sociólogo Beato. En el barrio Jardín Angela, considerada una de las regiones más violentas de São Paulo, la adopción de medidas de esa naturaleza ayudó a reducir el número de homicidios en 57 % entre 2001 y 2005:
· Crear jurisdicciones especiales que posibiliten el juzgamiento más ágil de policías acusados de corrupción y otros crímenes: “un agente sospechoso que permanece trabajando, mientras aguarda el juzgamiento por un largo período, contribuye a aumentar la sensación de impunidad y a alejar a la policía de la sociedad”, afirma Ignacio Cano, investigador del Laboratorio de Análisis de la Violencia de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

Muchos estudiosos del tema dicen que el crimen en Brasil no está en la UTI, sino que en una sala de emergencia. El problema es que la decisión de quién vive y quién muere en esa sala está en manos de los criminales y bandidos.

Muchos estudiosos del tema dicen que el crimen en Brasil no está en la UTI, sino en una sala de emergencia. Lamentablemente la decisión de quien vive y quien muere en esa sala, está en manos de los criminales y bandidos.

No hay comentarios: